Semana Santa para niños

Domingo de Ramos:

 

El domingo antes de morir Jesús se dirigió con sus amigos a la ciudad de Jerusalén. Le pidió a uno de sus discípulos que consiguiera prestado un burrito para entrar a la ciudad. Montó sobre él y seguido de sus amigos entró a la ciudad. Una gran multitud de gente salió de sus casas al encuentro de Jesús. Habían oído muchas cosas hermosas de Él, de su amor por los niños, por los pobres, de la sabiduría de sus palabras, de que sanaba a los enfermos. Entonces, cuando lo vieron montado en un asno se acercaron lo más que pudieron agitando entusiasmados ramos de palma y olivo. Y gritaban llenos de alegría: ¡Viva, viva. Aquí llega el Rey, el Mesías! ¡Bendito sea el que viene en el nombre del Señor! Jesús recibía estos saludos con una sonrisa humilde y mucha paz. El burrito se portó muy bien, no protestó, al contrario, caminaba contento de llevar sobre su lomo al Hijo de Dios.

Lavar los pies a sus amigos:

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El jueves siguiente a la entrada en Jerusalén, era día de Fiesta en el país. Jesús quiso tener una cena con sus discípulos, pero como no tenía casa en esa ciudad, de nuevo tuvo que pedir prestada una sala grande y alfombrada para poder reunirse con ellos. Antes de cenar, Jesús tomó una jarra con agua y una toalla. Él era el Señor, pero igual se arrodilló y les fue lavando los pies a sus doce amigos, pies que estaban muy sucios de tanto caminar por las calles polvorientas.

La última cena:

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Cuando llegó la hora de cenar, Jesús y sus amigos se sentaron a la mesa. En un momento de la cena, Jesús tomó un pan, dio gracias a Dios y lo partió para compartirlo con todos. Lo mismo hizo con una copa de vino; dio las gracias a su Padre por ella y compartió con sus discípulos. Todos comieron y bebieron del mismo pan y del mismo vino. Al repartir el pan Jesús dijo:” Este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros” Y cuando compartió la copa de vino dijo:” Esta es mi sangre, que será derramada para salvaros”.

Paseo por el huerto:

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Después de cenar, Jesús invitó a Pedro, Santiago y Juan a dar un paseo por el Huerto de los Olivos. Era una noche oscura y triste. Jesús se sentía angustiado ante la cercanía de su muerte. Los amigos tenían mucho sueño y pronto se quedaron dormidos bajo los árboles mientras Jesús arrodillado unos metros más allá, oraba a su Padre de los cielos diciéndole: “No me abandones Padre en estas horas terribles”. Su angustia y su pena aumentaron cuando se dio cuenta que sus amigos no habían sido capaces de acompañarlo en esas horas de tanto sufrimiento. Se sintió muy solo y abandonado.

Jesús arrestado:

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Al ver a sus amigos dormidos, Jesús los despertó diciéndoles con voz muy triste: “¿Cómo es posible que no hayáis sido capaces de acompañarme ni siquiera una hora? Deberíais haber rezado conmigo”. Aún estaba Jesús hablando cuando oyeron voces y gritos de hombres y unas antorchas brillaron entre la arboleda. Venían a apresar a Jesús con palos y espadas como si hubiese sido un delincuente. Cuando se acercaron al lugar donde estaban Jesús y sus discípulos, se abalanzaron sobre él con brusquedad y sin ningún respeto lo agarraron y lo arrestaron. Pedro quiso defenderlo de los malhechores, pero Jesús no se lo permitió, se dejó arrestar sin poner resistencia “como un cordero que es llevado al matadero”. Del Huerto se lo llevaron hasta el tribunal donde sería juzgado. Finalmente, sus amigos llenos de espanto huyeron y lo abandonaron.

Un tribunal injusto:

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Después de arrestar a Jesús, los soldados lo llevaron a empujones ante un tribunal judío llamado Sanedrín para ser juzgado como si se tratara de un ladrón o de un asesino. Durante toda la noche los ancianos jueces le hicieron muchas preguntas, pero Jesús guardaba silencio. Sólo cuando le preguntaron si Él era el Hijo de Dios, Jesús respondió afirmativamente. Cuando escucharon estas palabras, los ancianos se pusieron furiosos. No le perdonaban que dijera que era el Hijo de Dios. Al amanecer los jueces decidieron que tenía que ser condenado a muerte. Pero antes lo enviaron maniatado al gobernador romano llamado Poncio Pilato. También este gobernador lo interrogó durante mucho rato y se dio cuenta de que no merecía la muerte, pero eran tantos los gritos de la multitud que pedían que lo mataran que finalmente lo entregó a los soldados para que lo crucificaran en lo alto de una colina.

La negación de Pedro:

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Cuando los soldados arrestaron a Jesús y lo llevaron al tribunal, Pedro lo siguió de lejos para ver qué hacían con Él. Lleno de miedo llegó hasta el patio del palacio donde estaban los jueces que lo interrogarían una y otra vez. Era una noche muy fría y los criados habían hecho un fuego para calentarse. Pedro se acercó disimuladamente al grupo para no llamar la atención y escuchar lo que ellos comentaban del prisionero. De repente, uno de los criados le preguntó a Pedro si conocía a Jesús y si era su amigo. Pedro le contestó que no lo conocía y que no entendía de quien estaba hablando. Por segunda y por tercera vez otras personas le preguntaron lo mismo y Pedro volvió a decir que jamás lo había conocido y que nunca había estado con Él. Es que el pobre Pedro se moría de miedo pensando que a él le podría pasar lo mismo que a Jesús: que lo arrestaran y lo mataran. Pero cuando se dio cuenta de lo cobarde que había sido al negar a su mejor amigo, le dio mucha vergüenza y pena y se alejó del grupo llorando desconsoladamente.

Una cruz pesada sobre el hombro:

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Cuando Pilato entregó a Jesús para que lo llevasen lejos de su presencia, los soldados se hicieron cargo de Él, tejieron una corona con espino y se la colocaron sobre su cabeza, lo azotaron y luego le cargaron sobre su espalda una pesada y tosca cruz de madera. A gritos y empujones le ordenaron dirigirse a una colina que estaba en las afueras de Jerusalén donde sería crucificado. Pero antes de llegar hasta la colina, Jesús tuvo que atravesar las calles de la ciudad entre gritos y burlas de los que se alegraban de su sufrimiento y el silencio de los que no se atrevían a decir nada por temor a ser castigados y callaban y lloraban.

Tres caídas:

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Tan pesada resultó la cruz sobre su espalda que Jesús cayó tres veces bajo su peso. Sus fuerzas le fallaron en tres ocasiones porque estaba muy debilitado por el hambre, los azotes, la tristeza, el griterío de la gente al verlo pasar, la vergüenza. Él no estaba acostumbrado a tanta humillación. No fue sólo la cruz que lo aplastó y lo hizo caer por el suelo sino también todos los pecados de los hombres y mujeres de todos los tiempos y que Él, con su sufrimiento, salvó.

Simón le ayudó:

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Los soldados viendo que Jesús se les muere en el camino obligan con rudeza al campesino Simón a que le ayude, por un rato, a llevar la cruz. Es tan lamentable la figura de Jesús, que Simón, compadecido, le quita la cruz y la pone sobre sus espaldas. El venía cansado de su trabajo, pero él se dice a sí mismo que siempre es posible ayudar a quien sufre y está en dificultades.

El encuentro con su madre:

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Jesús seguía con dificultad arrastrando su cruz a cuestas cayéndose y levantándose una y otra vez. De repente, levantó sus ojos y entre toda esa multitud hostil descubrió la mirada amorosa de su madre. Fueron sólo unos segundos en que sus miradas se cruzaron sin palabras, pero, al menos Jesús, sintió que no estaba tan solo: su madre lo seguía, valiente, de muy cerca. El corazón de la madre se encogió de dolor ante la vista de su hijo humillado por una multitud cruel y despiadada, pero al mismo tiempo le dio fuerzas para seguirlo de más cerca.

Jesús despojado:

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Una vez que llegaron hasta la cima del Calvario, los soldados despojaron a Jesús de toda su ropa. Luego, se repartieron sus vestiduras y sortearon la capa que seguramente le había tejido su madre. Jesús no reclama, ni protesta, se deja despojar de todo cuanto tenía en ese momento.

Lo crucificaron:

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Una vez que los soldados desnudaron a Jesús, lo hicieron recostar sobre la cruz y sin piedad le clavaron manos y pies. Luego, alzaron la cruz en medio de otras dos cruces donde yacían dos ladrones que también habían sido condenados a muerte. Uno de ello al ver a Jesús se arrepintió de sus pecados y le pidió que se acordara de él cuando estuviera en el cielo. Jesús le contestó: “Hoy día, estarás conmigo en el Paraíso”.

Jesús los perdona y muere:

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Cuando le quedaban pocos minutos de vida, Jesús miró a los soldados que tanto lo habían golpeado y maltratado y lleno de amor por ellos exclamó a su Padre: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” Jesús no supo de odios ni de venganzas, sólo de amor y de misericordia. Él perdonó a los soldados que lo habían azotado, empujado y clavado en la cruz. “Todo está consumado” exclama Jesús finalmente. Son sus últimas palabras. Con estas palabras quiso decir que ya había cumplido con la voluntad de su Padre y que con su muerte pagaba la cuenta de todos nuestros pecados y nos conseguía el cielo. Desde ese momento las puertas del cielo se abrían para recibir a quienes murieran como Él. Después de estas palabras Jesús expira y muere. Era como el mediodía. El sol se ocultó y todo el país quedó en tinieblas y un gran temblor sacudió la ciudad.

Jesús es sepultado:

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Un hombre rico llamado José, que conocía a Jesús y era amigo suyo, le ofreció a María una tumba nueva para que lo sepultaran. Desclavaron el cuerpo muerto de Jesús y María lo recibió en su regazo. Lo besó con ternura de madre, lo envolvió en sábanas blancas ayudada por otras mujeres, le colocó perfumes y hierbas como se usaba en ese tiempo y luego lo pusieron en la sepultura. Los hombres cerraron la tumba con una gran piedra. Y todos se volvieron a sus casas con una pena muy grande. Era el viernes a eso de las tres de la tarde.

La resurrección:

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El domingo, muy de madrugada, antes que apareciera el sol, María Magdalena y otras mujeres se dirigieron al sepulcro donde había sido enterrado el cuerpo de Jesús. Grande fue su sorpresa cuando vieron que la piedra que cerraba el sepulcro no estaba en su lugar y éste estaba abierto. Temerosas entraron en la sepultura, pero estaba vacía. A punto de llorar salieron gritando: “No está aquí, alguien ha robado el cuerpo de nuestro Señor.” En ese momento, se les apareció un ángel en medio de una gran luz y les dijo: “¿Por qué lo buscáis entre los muertos? Jesús no está aquí: Dios le devolvió la vida, Jesús resucitó, tal como Él lo había anunciado. Id ahora y decidlo a los discípulos” Ellas salieron corriendo, felices de llevar esta noticia. ¡Aquel era sin duda el día más feliz de sus vidas! Corrieron y corrieron hasta llegar al lugar donde estaban los discípulos y les gritaron:” ¡Vive, vive, Jesús vive! ¡No está en la sepultura y un ángel nos confirmó la noticia! Pedro y Juan no lo podían creer, entones se vistieron con rapidez y salieron corriendo para comprobar si las mujeres decían la verdad. Al entrar al interior de la cueva, Jesús no estaba, sólo el lienzo blanco con que habían envuelto su cuerpo muerto estaba bien doblado sobre una piedra. Había resucitado tal como se los había dicho en una ocasión. Jesús había cumplido con su palabra y con su promesa.

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