Los japoneses que se quedaron en Coria del Río

Hoy desde el #yupiblog os compartimos esta interesante entrada sobre cómo en el siglo XVII llegaron unos japoneses al pueblo sevillano de Coria del Río, y tanto les gustó nuestra tierra, que se quedaron y aún podemos rastrear su huella. No nos extraña, en Coria hay gente maravillosa que quiere mucho a nuestra #Yupita La información la hemos encontrado en onemagazine.es

Hace más de 400 años, una ambiciosa delegación diplomática japonesa con 180 hombres, encabezada por el samurái Hasekura, partió de Japón con destino a España. ¿Qué misiones secretas traían? ¿Tuvieron éxito? ¿Por qué el embajador y siete de sus hombres estuvieron durante un año escondidos en un monasterio? ¿Por qué solo regresaron 18?
Octubre de 1613. El galeón San Juan Bautista zarpa del puerto de Sendai –Japón-, con una tripulación de 180 nativos y 50 marineros españoles. Su destino, el puerto gaditano de Sanlúcar de Barrameda; su misión, conseguir del rey Felipe III los acuerdos necesarios que permitan el comercio directo entre Japón y España; el resultado, un fracaso.

A finales del siglo XVI y principios del XVII, Japón vivía una época de progreso, bonanza y apertura hacia occidente, conocida como la era Keicho -1596/1615-. El territorio estaba dividido en pequeños reinos y el emperador japonés delegaba la administración y la defensa del país en los reyes locales –los shogunes-. Entre ellos, uno de los más destacados era Data Masamune, del reino de Bojú y fundador de la ciudad de Sendai, su capital y puerto marítimo.

Una de las principales preocupaciones de este shogun era el rumbo del comercio exterior nipón y, sobre todo, los intereses de los virreyes de las colonias españolas de Filipinas y Nueva España –México-, que dificultaban las relaciones con la metrópoli y la negociación directa con la Corona. Por eso, decidió dar rienda suelta a su ambición y envió a Madrid una expedición diplomática sin precedentes, para obtener una solución del rey Felipe III.

El éxito del arriesgado plan de Masamune se sostenía sobre tres pilares básicos: un jefe de expedición astuto, preparado, prudente, tenaz y buen negociador; un traductor leal y que conociera la cultura, las costumbres y la política española; y un medio de transporte capaz de cruzar medio mundo.

Así preparan la misión
Ambicioso y resuelto, el shogun empezó por el tercer punto. Valiéndose de sus caudales, encargó a unos armadores españoles la construcción de un galeón similar a los que hacían la ruta de las indias. No escatimó: en su construcción participaron 700 herreros y 3.000 carpinteros japoneses, que finalizaron el galeón San Juan Bautista, con 55 metros de eslora -de largo-, tres mástiles, un desplazamiento de 500 toneladas y 16 cañones, en un tiempo récord: 45 días.

Como jefe único de la embajada diplomática, confió en el capitán de su guardia personal, el samurái Hasekura Tsunenaga, un soldado fiel, de origen noble, culto, prudente y tenaz. Fue él mismo quien propuso la solución para el punto que quedaba aún sin resolver, el traductor. La tolerancia de Masamune había permitido el aperturismo religioso en su reino y, con él, la llegada a Bojú de frailes de diferentes órdenes que comenzaron a expandir el cristianismo. Uno de ellos fue el español fray Luis Sotelo, al que la historia atribuye la inspiración de la misión. Este franciscano dominaba el japonés, provenía de una noble familia andaluza y, además, estaba muy bien relacionado en la corte española.

Comienza la aventura
Ya estaba todo preparado para la que, años después, sería conocida como Embajada Keicho. El 28 de octubre de 1613, el galeón parte de Sendai, a través del Pacífico, hacía el puerto de Acapulco –Nueva España, actual México-, donde la expedición debe realizar su primera parada. Desde ahí deben cruzar Nueva España, de costa a costa, a pie, hasta Veracruz -México-, para embarcarse en una nave española que les lleve a su destino. Pero las cosas no salen como la delegación esperaba. Antes de salir de Nueva España, se produjo una revuelta armada entre japoneses y nativos, que ocasionó las primeras bajas. Aunque no existe documentación precisa de lo ocurrido ni se conoce el número exacto de muertes, si hay certeza de que uno de los fallecidos fue el escribano nipón.

Una vez en Veracruz, Hasekura embarca con sus hombres en el San Jusephe, en el que llegan al puerto de San Lúcar de Barrameda -Cádiz-, el 5 de octubre de 1614, casi un año después de salir de Japón. Allí son recibidos con grandes honores por el duque de Medina Sidonia. Para entonces, del séquito de 180 japoneses ya solo quedan 31, ya que, de los supervivientes de la revuelta de Acapulco, una parte regresó a Japón como tripulación del San Juan Bautista.

La embajada Keicho ya está en España y, desde Cádiz, remontaron el río Guadalquivir en dos galeras hasta la sevillana Coria del Río. Allí, siguiendo instrucciones previas del Duque de Medina Sidonia, aguardaron a que la ciudad prepare los actos oficiales protocolarios con los que serán recibidos, antes de partir hasta la corte del rey, en Madrid. Durante siete días, los extranjeros se alojan en la hacienda de Mexina, que el hermano carnal de fray Luis Sotelo, Diego Caballero de Cabrera, posee en la cercana localidad de Espartinas, donde fueron agasajados como reyes.

La delegación aprovechó este tiempo para habituarse a los ropajes españoles –más adecuados para ser recibidos en la corte y aguantar el clima de la península-, a la comida y las costumbres de sus anfitriones. Pero no sólo eso. Hasekura, no se sabe si por el buen trato recibido o por la labor evangelizadora de su traductor durante el largo viaje, decide abandonar el sintoísmo –la religión de Japón- y bautizarse como cristiano en cuanto llegue a Madrid.

Recibidos con honores de estado
Ya en la capital del reino, y a pesar de que Hasekura y sus hombres son recibidos con honores de Estado, la entrevista con el rey Felipe III no resulta como la embajada Keicho esperaba. Las pretensiones de la delegación fueron más allá de solicitar al monarca los acuerdos de comercio directo entre sus países. Querían, además, que España ayudase e instruyera a Japón en el arte de la construcción de grandes navíos y que enseñara a sus marinos los secretos de la navegación a través de los océanos.

Estas peticiones dejan claro que lo que los visitantes buscan no es convertirse en un simple socio mercantil, sino en rival comercial y competidor naviero de España. No obstante, y pese a que Felipe III decide rechazar el tratado, prefiere, muy diplomáticamente, no comunicar oficialmente su decisión hasta que transcurra un tiempo indefinido.

La incertidumbre inquieta al samurái y, ocho meses después de su entrevista con el rey, decide acometer una segunda empresa diplomática: viajar a Roma para hablar con el papa Pablo V. El 3 de noviembre de 1615 llega a la Santa Sede, con un séquito reducido a 27 personas después de que los otros 4 japoneses que habían llegado con él a España decidieran regresar a Andalucía.

Hasekura se reúne con el Papa solicitando recursos humanos y económicos para evangelizar Japón, que por aquel entonces cuenta ya con 150.000 cristianos conversos y más de 200 iglesias edificadas sobre su territorio. Pero, pese a que el Papa escuchó atento su propuesta y que el embajador estuvo en todo momento avalado por su amigo fray Luis Sotelo, Pablo V rechazó la propuesta.

‘Non grato’ en España
Triste y decepcionado por el fracaso de la misión que le habían encomendado, Hasekura vuelve a Madrid y decide lanzar un últimatum a Felipe III: quiere una respuesta inmediata y concreta a sus propuestas. Y la obtiene: el rey, molesto por la persistencia del samurái, declara a la Embajada Keicho ‘non grata’ en territorio español y ordena disponer todo lo necesario para enviarlos de vuelta a Japón, a bordo de la flota que tiene previsto partir de San Lúcar de Barrameda a principios de julio de 1916.

Entre los meses de marzo y abril, el embajador vuelve a la hacienda del hermano de fray Luis Sotelo, en Espartinas, a esperar que llegue la fecha de volver a embarcar, cansado, fracasado y enfermo de fiebres que contrajo en su viaje a Roma. Para entonces, ya sólo le acompañan 20 hombres. El resto, los más jóvenes, habían rehecho sus vidas y trabajaban como campesinos o pescadores en las localidades próximas a Sevilla.

En la hacienda, junto a fray Luis, el embajador toma una arriesgada decisión: desobedecerá al rey y no volverá a Japón. Es consciente del fracaso de su misión y del castigo que recibirá cuando esté frente a su señor en Sendai. Un samurái paga el deshonor con la vida, y más aún teniendo en cuenta que él volvería a su país convertido al cristianismo. Por eso, junto al fraile traza un plan que les libre de ser embarcados por decreto real en la flota española. Cuando apenas faltan un par de semanas para que el barco zarpe, anuncian a las autoridades que Hasekura padece fiebres que le tienen postrado y que fray Luis se ha roto una pierna, con dos heridas abiertas, lo que les impide viajar.

Los responsables de la repatriación no tienen más remedio que informar a la Corte en Madrid que Hasekura y fray Luis no pueden viajar. No así 13 de los 20 miembros de la expedición que permanecen junto a su embajador que, sin argumentos para quedarse, son obligados a embarcar rumbo a Nueva España y, desde allí, a Japón. La misión diplomática ha quedado reducida a 7 de los 180 que salieron del puerto de Sendai y de los 31 que llegaron a Cádiz.

Escondidos en un monasterio
Las argucias del samurái y el fraile para permanecer en España no han gustado a nadie. El malestar entre las autoridades de Sevilla es evidente y palpable y la mismísima Casa Real se siente burlada. Hasta que la flota, con destino a Japón, vuelva a España y esté lista para partir de nuevo a Asia pasará otro año, demasiado tiempo esperando las posibles represalias del rey Felipe II. Por eso, Hasekura y Sotelo toman la decisión de ‘quitarse de en medio’ y el fraile aconseja a su jefe retirarse, junto a cinco de sus siete hombres –los otros dos habían optado por abandonar la expedición y empezar una nueva vida en el campo-, al monasterio de Nuestra Señora de Loreto, próximo al pueblo sevillano de Espartinas.

El tiempo corre y Hasekura sabe que, pasado un año, nada impedirá que sea embarcado, incluso por la fuerza, de regreso a Japón, donde deberá afrontar su trágico castigo por su rotundo fracaso. Así, el 4 de julio de 1617, lo que queda de la Embajada Keicho inicia su regreso a Sendai, donde llega dos años después, en 1619.
Durante el trayecto, fray Luis Sotelo desembarcó en Filipinas, donde permaneció un tiempo hasta que decidió entrar en Japón, de forma clandestina, disfrazado de pescador. No obstante, fue descubierto, arrestado y torturado hasta la muerte. En 1867, el papa Pío IX lo beatificó por su martirio y el trabajo evangelizador que llevó a cabo en Japón hasta su fallecimiento.

El destino de Hasekura es un misterio. Unas fuentes históricas aseguran que murió decapitado, mientras otras afirman que su señor, el shogun Masamune, le perdonó y le permitió vivir sus últimos años retirado en el campo junto a su familia. Lo que queda para la Historia, es su malograda epopeya.

Por qué en Coria del Río 600 personas se apellidan Japón
Durante años, se ha relacionado el origen del apellido Japón en Coria del Río con la Embajada Keicho. Sin embargo, en los registros de la iglesia del pueblo aparece, fechada en 1609 -cinco años antes de la llegada de la delegación-, la partida de bautismo de un niño llamado Bartolomé Rodríguez Japón. Éste, tuvo tres hijos que adoptaron su apellido y, a finales del siglo XVII, ya tenía 18 descendientes que se llamaban así, mientras en el siglo XVIII, eran más de 80 las personas con ese nombre en el pueblo. No obstante, también es cierto que, en 1615, algunos de los hombres de Hasekura, tras su paso por la corte de Madrid, abandonaron la expedición y rehicieron su vida en localidades cercanas a Sevilla. Tal fue el caso de uno de ellos que, tras bautizarse cristiano, adoptó el nombre de Juan Agustín Japón que contrajo matrimonio con Ana de Barahona, en junio de 1616. Es lógico pensar que este matrimonio tuviera hijos apellidados Japón, que se sumarían a los descendientes de Bartolomé. Con estas referencias históricas no resulta difícil entender el porqué de la existencia de tantas personas con tan singular apellido.

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